En algunos aspectos, mi misión se asemejaba mucho a una investigación en un país a la deriva. El presidente Burguiba (1957-1987), con quien tuve la oportunidad de encontrarme en varias ocasiones, parecía no gozar de todas sus facultades. Durante nuestros encuentros, ponía en aprietos a su ministro de Relaciones Exteriores, Beji Caid Essebsi, haciendo comentarios poco diplomáticos, incluso incoherentes, por los cuales este último debía luego disculparse. Durante una visita de cortesía que le hizo el general Maurice Schmitt, jefe del Estado Mayor del Ejército francés, Burguiba se levantó y, antes de estrechar su mano, recitó un poema interminable de Víctor Hugo. En el monólogo que le siguió olvidó mencionar el objeto de la misión de su visitante, que se relacionaba sin embargo con la seguridad nacional.
Lúcido algunas horas por día, no manejaba el timón del Estado del cual era jefe. Tampoco su gobierno –dirigido por Mohamed Mzali–, fragmentado en (...)