A fuerza de repetidas, nos hemos cansado de escuchar una y otra vez las tristes historias del Holocausto; ya no las creemos; hemos cedido a la indolencia, la ignorancia y el cinismo, y nos atrevemos incluso a menospreciar, cuando no a cuestionar, por acción u omisión, el horror de los campos de exterminio e incluso a los testigos que los padecieron. La obligación de recordar está inscrita en cada monumento al genocidio del pueblo judío, pero incluso la expresión “nunca más” termina derivando en lugar común.
Una y otra vez se ha escrito que la poesía es indispensable, esencial, necesaria. Ninguno de esos términos es exagerado. Y, sin embargo, no pocos lectores, frente a un poema, se predisponen a una experiencia “educativa”, convirtiendo un placer en un acto elitista (comparado, al menos, con la novela) y a la experiencia de su lectura en una ardua tarea. Lo que no es.
Porque solo (...)