Cuando Venecia se viste de Bienal de Arte encontramos en sus pabellones nacionales una constelación de propuestas que ponen en relación discursos globales y locales, pasado y futuro en una fastuosa combinación de posibles, con frecuencia tendente a un ejercicio de memoria, espacio de reivindicaciones identitarias y dialécticas cercanas a la acción real, o al espectáculo, entregado a la mera embriaguez sensorial. Es este último el que suele predominar en esta batalla pacífica de países donde se lucha por mostrar al mundo la excelencia artística y la modernidad de cada lugar.
En esta ocasión, uno de los hechos más llamativos ha sido la coincidencia de varias obras que reflexionan sobre la propia Bienal, su identidad y, especialmente, su influencia en la vida de la ciudad. Es el caso de los trabajos de Steve McQueen, Dominique Gonzalez-Foerster o Marina Nebbiolo. ¿Es esto una señal del agotamiento de un modelo? ¿Indica la necesidad (...)