“Nuestra empresa aún existe sólo porque es una cooperativa”. Si Salvador Bolance, un fresador español cercano a la jubilación, habla de manera convincente de un concepto pasado de moda –la autogestión– es porque junto a sus colegas logró “reanimar” una fábrica metalúrgica. Fue en 1981, en Barcelona, cuando el empleador desapareció dejando impagados los salarios. Furiosos, unos treinta obreros volvieron a poner en marcha las máquinas y, utilizando las existencias de materias primas, continuaron la producción. Pidieron a los clientes que les pagaran directamente a ellos, forzando a aceptar a grandes firmas fabricantes de automóviles: “Por entonces, se necesitaba al menos un año para poner en marcha una nueva cadena de montaje de carrocerías” exclamó riendo el ex líder.
Bolance y sus camaradas fueron aún más lejos: secuestraron al hijo del propietario que había venido a la empresa, hasta que lograron firmar un acuerdo. Luego, con la ayuda de un abogado, (...)