La teoría del “choque de civilizaciones” ha suscitado, con razón, airadas protestas. Si bien esa reacción desenmascara el menosprecio con que esta teoría trata a las sociedades árabe-musulmanas, no insiste bastante en lo que significa para las mismas sociedades occidentales. En efecto, más allá de su objetivo “externo” (justificar la política imperial de George W. Bush y mancomunar la mayor cantidad de Estados y fuerzas a su alrededor), la función última de esta teoría es sofocar mediante una falsa oposición los conflictos sociales e ideológicos en que siempre ha estado inmerso Occidente.
Hace décadas que el pensamiento dominante y los filósofos de referencia intentan negar esas divergencias esenciales: proclamación del fin de las ideologías y de la historia, negación de la división de la sociedad en clases, etc. Muy en boga a partir de los años setenta, la “crítica del totalitarismo”, deformación del pensamiento de Hannah Arendt, contribuyó a esta empresa (...)