Cuando Nelson Mandela se apague, podremos declarar el fin del siglo XX. El hombre que hoy se encuentra en el crepúsculo de su vida habrá sido una de sus figuras emblemáticas. Exceptuando a Fidel Castro, tal vez sea el último de una estirpe de grandes hombres condenada a la extinción, hasta tal punto nuestra época tiene prisa por acabar de una vez por todas con los mitos.
Más que el santo que él afirmaba con gusto nunca haber sido, Mandela habrá sido, en efecto, un mito viviente, antes, durante y después de su largo encarcelamiento. Sudáfrica –ese accidente geográfico al que le cuesta volverse concepto– halló en él su Idea. Y si este país no tiene ninguna prisa en separarse de él, es porque el mito de la sociedad sin mitos no carece de peligros para su nueva existencia como comunidad después del apartheid.
Pero, si bien no podemos dejar de concederle (...)