Dotado de un sólido equilibrio psíquico, aun en las situaciones más dramáticas Yasir Arafat rara vez manifestó el menor abatimiento o desánimo. Parecía movido por un optimismo a toda prueba, por una voluntad inquebrantable de continuar su combate, por una sorprendente capacidad para recuperarse después de cada caída. Tras haber seguido su trayectoria durante 35 años, y de haberme entrevistado con él decenas de veces en mi condición de periodista o de diplomático a cargo de la misión francesa ante la Organización de Liberación de Palestina (OLP), me sorprendió hallarlo durante nuestros últimos encuentros, el año pasado, con un ánimo que se parecía mucho a un estado depresivo.
Pálido, cansado, confinado en un edificio en ruinas, habitaba en una habitación sin ventanas, sabiendo que corría el riesgo de verse exiliado o asesinado en cualquier momento; por primera vez consideraba la posibilidad de que “los vestigios de la Autoridad Palestina sean aniquilados”. (...)