“Lo peor no ha llegado mientras podamos decir: ‘Esto es lo peor’”. En estos días, la diplomacia francesa recuerda este verso de El rey Lear. Tras el quinquenio de François Hollande, creíamos haber tocado fondo (1); algunos incluso predecían un arrebato de orgullo. Después de todo, ya que Estados Unidos mostraba su soberano desprecio hacia las capitales europeas y su deseo de liberarse de las obligaciones del tratado de la Alianza Atlántica, ¿por qué no aprovechar para abandonar la OTAN (véase el artículo de Gabriel Robin, pág. 32), renunciar a la política de sanciones contra Moscú y concebir la cooperación europea “del Atlántico hasta los montes Urales” con la que soñaba el general De Gaulle hace sesenta años? ¡Por fin, libre de la tutela estadounidense –y adulta–!
Por el contrario, al aprobar la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente encargado” del Estado venezolano so pretexto de un vacío presidencial que solo existe en su imaginación, París se ha dejado llevar de nuevo por la Casa Blanca y ha respaldado lo que se asemeja a un golpe de Estado. La situación en Venezuela es dramática: inflación galopante, desnutrición, prevaricación, sanciones, violencia, etc. (2). También lo es porque, en la actualidad, una solución política se topa con la sensación de que cualquiera que se levante contra el poder, o que pierda el poder, se arriesga a acabar entre rejas. ¿Cómo podrían los dirigentes venezolanos no tener en mente el caso del expresidente brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva, a quien se le prohibió presentar su candidatura a unas elecciones presidenciales que probablemente habría ganado y que fue condenado a veinticinco años de prisión?
La decisión de París infringe la norma según la cual Francia reconoce Estados, no regímenes. También lleva a Emmanuel Macron a alentar la política incendiaria de Estados Unidos, quien, tras Venezuela, apunta también a Cuba y Nicaragua. La proclamación de Guaidó fue inspirada por los hombres más peligrosos de la Administración de Trump: John Bolton y Elliott Abrams. Por lo demás, todo el mundo sabe que el vicepresidente estadounidense Michael Pence informó a Guaidó de que Estados Unidos lo reconocía… en la víspera del día en el que se proclamó jefe de Estado (3).
El pasado 24 de enero, Macron exigía “la restauración de la democracia en Venezuela”. Cuatro días más tarde, llegaba despreocupado a El Cairo, muy decidido a vender algunas armas más al presidente egipcio Abdel Fatah Al Sisi, autor de un golpe de Estado seguido rápidamente del encarcelamiento de 60.000 opositores políticos y de la condena a muerte de su predecesor, elegido libremente. En materia de una política exterior que se considera virtuosa, ¿se puede hacer aún peor?