Últimamente parece que las injerencias rusas están presentes en la vida política y social de la mayoría de Estados occidentales. Según el presidente francés Emmanuel Macron, el movimiento de los “chalecos amarillos” se explica, en parte, como un intento de desestabilizar el país dirigido por una “potencia extranjera”. Todo el mundo entendió que hablaba de Rusia. Si aparece en Cataluña un movimiento independentista de peso: Rusia. Si los británicos votan a favor de la salida de la Unión Europea en 2016: Rusia también. Si la candidata Hillary Clinton pierde las presidenciales estadounidenses de 2016: otra vez, Rusia. En Estados Unidos, la idea de que un país extranjero trate de influir así en los acontecimientos políticos despierta el malestar en las redacciones y en los círculos del poder. Incluso ha provocado la apertura de una investigación sobre un posible complot entre el presidente Donald Trump y Moscú.
Sin embargo, y pese a (...)