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Las maniobras de la derecha dura en Venezuela

El regreso del “secretario de Estado para las guerras sucias”

Desde hacía algunos años, al diabólico Elliott Abrams le gustaba presentarse como un viejo sabio, un experto en diplomacia siempre preocupado por aportar su opinión cualificada. Ahora ha regresado: Donald Trump le ha asignado la tarea de “restaurar la democracia en Venezuela”. Si miran su hoja de servicios, los habitantes de su tierra de misión pueden tener motivos más que legítimos para estar preocupados…

por Eric Alterman, marzo de 2019

El anuncio por parte del secretario de Estado estadounidense Michael Pompeo del nombramiento del neoconservador Elliott Abrams en el cargo de enviado especial para Venezuela, el pasado 25 de enero, no ha pasado desapercibido. La prensa ha interpretado la decisión de confiar a este hombre la misión de trabajar por la caída del presidente Nicolás Maduro como una declaración de independencia de Pompeo respecto del presidente Donald Trump. En efecto, su desafortunado predecesor, Rex Tillerson –ex presidente-director general de ExxonMobil–, había esperado poder sumar a Abrams a su equipo. Pero Trump se opuso, a pesar de la presión del donante de extrema derecha Sheldon Adelson –quien parece obtener lo que quiere del presidente–. ¿La causa de ese rechazo? Abrams se había unido a otros neoconservadores para criticar a Trump durante las primarias republicanas de 2016. Hasta los esfuerzos del yerno del presidente, Jared Kushner, se demostraron inútiles: el por entonces asesor del inquilino de la Casa Blanca, Stephen Bannon, logró convencer a Trump de que la reputación “globalista” de Abrams lo desacreditaba.

Según la revista Bloomberg, esta promoción revela un “cambio”: “Sus posiciones son representativas de una política exterior que Trump atacó durante su campaña –sobre todo, el apoyo a la Guerra de Irak, que critica desde hace tiempo–. Pero Abrams, al igual que el presidente, parece haber cambiado” (1). Esta idea de que “la gente cambia” figura también entre las explicaciones avanzadas por Abrams para soslayar su papel en el escándalo del Irangate –cuando la Administración del presidente Ronald Reagan financió su apoyo a los “contras” antisandinistas de Nicaragua mediante ventas secretas de armas a Teherán–, presentado como insignificante. Sin embargo, enredado en este asunto, Abrams tuvo que declararse culpable de dos cargos de ocultación de información al Congreso. Y el Distrito de Columbia le impidió seguir ejerciendo la abogacía, siendo posteriormente indultado por el presidente George H. W. Bush. “No creo que eso tenga la menor importancia”, comentó. “No nos interesamos por lo que pasó en la década de 1980, sino por lo que pasa en 2019” (2).

De Micronesia a América Central

Considerando el pasado de Abrams, el año 2019 amenaza con ser desastroso para el pueblo venezolano. Asistente subalterno en el Congreso antes de su nombramiento en la Administración de Reagan para una serie de puestos sobre derechos humanos en América Central, de nuevo activo en la segunda Administración del presidente George W. Bush, desempeñó después un papel militante en un think tank, el Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Internacionales), y de varias organizaciones judías conservadoras. Con la excepción de Henry Kissinger y Richard “Dick” Cheney, pocos altos funcionarios estadounidenses han hecho tanto para promover la tortura y los asesinatos en masa en nombre de la democracia. Tras el Irangate, su ascenso a las altas esferas de la política exterior estadounidense, con ayuda de un tratamiento mediático que le hace pasar por una personalidad respetable, arroja luz sobre la realidad de ese pequeño mundo. Y, en particular, sobre su falta de preocupación por los valores que los políticos estadounidenses se comprometen regularmente a defender.

A principio de su carrera, al servicio de los senadores demócratas Henry “Scoop” Jackson y Daniel Patrick Moynihan, Abrams participa de los esfuerzos de los neoconservadores para convertir al Partido Demócrata de los años 1970 al intervencionismo belicoso. Pero, apartados de los altos puestos de la Administración por el presidente James Carter, estos terminan por cambiar de bando. “Estábamos completamente marginados”, se quejó Abrams. “Sólo tuvimos un puesto insignificante: negociador especial. No para la Polinesia. Ni para la Macronesia. Sino para la Micronesia” (3). Tras construirse un confortable nido en la Administración de Reagan, asciende rápidamente en el escalafón del Departamento de Estado. Pasa por el puesto de secretario de Estado adjunto para las organizaciones internacionales, luego –bastante irónicamente– para los “derechos humanos”, y finalmente para los asuntos interamericanos. En este último puesto, protege al secretario de Estado George Shultz de las iras de los reaganianos deseosos de entrar en guerra con la Unión Soviética, emprendiendo una serie de conflictos por poderes en América Central.

Masacres y actos de genocidio

Pocas veces la extrema derecha latinoamericana ha contado con un aliado estadounidense tan enérgico como Abrams. Incluso cuando se trata de masacres de centenares, incluso miles de campesinos inocentes en El Salvador, Nicaragua, Guatemala o incluso Panamá (que George H. W. Bush terminó invadiendo), este siempre sabe encontrar un chivo expiatorio para enmascarar su responsabilidad: los periodistas, los activistas en busca de justicia, e incluso las víctimas.

En marzo de 1982, el general guatemalteco Efraín Ríos Montt se hace con el poder mediante un golpe de Estado. Por entonces secretario de Estado adjunto para los derechos humanos, Abrams se apresura a felicitarlo por haber “traído considerables progresos” en la cuestión de los derechos fundamentales. Insiste en el hecho de que “el número de civiles inocentes asesinados disminuye progresivamente” (4). Sin embargo, en el mismo momento, según un documento desclasificado, el Departamento de Estado recibe “acusaciones fundadas relativas a masacres a gran escala de hombres, mujeres y niños indígenas perpetradas por el ejército en una zona apartada”. Eso no es óbice para que Abrams pida al Congreso que suministre a los militares guatemaltecos armas perfeccionadas, con la excusa de que “el progreso debe ser recompensado y alentado”. En 2013, la comisión para la memoria histórica, creada bajo los auspicios de Naciones Unidas, reconocerá al general Ríos Montt culpable de “actos de genocidio” sobre los mayas Ixil del departamento de Quiché.

Ascendido en 1985 al cargo de secretario de Estado adjunto para los asuntos interamericanos, Abrams no deja de condenar a las organizaciones que denuncian los asesinatos en masa perpetrados por el general-dictador Ríos Montt, y después por sus sucesores, Óscar Mejía Víctores y Marco Vinicio Cerezo Arévalo. En abril de 1985, la activista guatemalteca María Rosario Godoy de Cuevas, dirigente del Grupo de Apoyo Mutuo, una organización que agrupaba a madres de desaparecidos, es encontrada muerta en un coche siniestrado junto con su hijo de tres años y su hermano. No contento con sostener la hipótesis (poco creíble) del accidente avanzada por el régimen, Abrams persigue en los tribunales a aquellos que reclaman la apertura de una investigación. Cuando el The New York Times publica una carta abierta que cuestiona las cifras del Departamento de Estado sobre los asesinatos en masa, redactada por una mujer testigo de una ejecución sumaria ocurrida a plena luz del día en Ciudad de Guatemala y que no tuvo eco en la prensa, dirige una carta al redactor en jefe y miente descaradamente. Llega al extremo de citar un artículo imaginario, publicado en un periódico inexistente, a fin de probar que en realidad el asesinato había sido recogido por la prensa.

En 1982, el The New York Times y el Washington Post publican artículos que señalan una masacre cometida un año antes por tropas formadas y equipadas por Estados Unidos en la región de El Mozote, en El Salvador. Corriendo en socorro de los asesinos, Abrams declara ante una comisión del Senado que los artículos “no son creíbles” y que, “visiblemente”, se trataba de un “incidente instrumentalizado” por las guerrillas. En 1993, la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas concluye que cinco mil civiles fueron “deliberada y sistemáticamente” asesinados en El Mozote.

En 1985, cuando el dictador panameño Manuel Noriega ordena la tortura y asesinato por decapitación del guerrillero Hugo Spadafora, Abrams se moviliza en el Departamento de Estado y el Congreso para imponer silencio sobre ese asunto. “[Noriega] nos ayuda mucho”, explica (…). “No plantea problemas. (…) Los panameños han prometido que nos ayudarán a combatir a los ‘contras’. Si los lleváis a juicio, ya no podremos contar con ellos” (5).

Una legitimidad de “experto”

Abrams está implicado en el escándalo Irangate a varios niveles. En 1986, un piloto mercenario estadounidense es abatido cuando transportaba armas ilegales destinadas a los “contras” nicaragüenses. Abrams aparece entonces en la CNN para certificar que el Gobierno estadounidense no tiene nada que ver con esos vuelos. “Sería ilegal”, explica. “No tenemos el derecho de hacerlo y no lo hacemos. No era en ningún caso una operación del Gobierno estadounidense. (…) Si las cosas suceden así, si estadounidenses han sido asesinados y sus aviones abatidos, es porque el Congreso no actúa [financiando a los ‘contras’]”. Luego repite ante dos comisiones del Congreso que el vuelo no ha sido “ni organizado, ni ordenado, ni financiado por el gobierno estadounidense”. En repetidas ocasiones, asegura al Congreso que “la función del Departamento de Estado [en materia de ayuda a los ‘contras’] no era recabar fondos sino intentar obtenerlos del Congreso”. En cada ocasión, miente. Las entregas de armas son financiadas por el teniente-coronel Oliver North y por la Central Intelligence Agency (CIA). Cuando hace esas declaraciones, Abrams acaba de volver de Brunei, donde ha recabado fondos para los “contras”. En 1991, la revelación de esas falsificaciones le causa ser condenado por ocultación de información al Congreso.

Si bien Abrams no consiguió formar parte de la Administración de William Clinton, es contratado por su sucesor, George W. Bush, para trabajar en el Consejo Nacional de Seguridad sobre cuestiones relativas a Israel y Palestina. Su mayor logro de la época, revelado por David Rose en Vanity Fair, es impedir que las elecciones de 2006 desemboquen en un Gobierno de coalición entre Hamás y Al Fatah en Cisjordania y en Gaza, conspirando con el segundo para obligar al gobierno elegido, dominado por Hamás, a exiliarse en Gaza (6). Esta maniobra rubrica una división, cuyo fin no se vislumbra, entre facciones en adelante incapaces de negociar una paz duradera con Israel (si Israel se aviniera a ello). Finalmente, según una investigación del periódico británico The Guardian (7), Abrams habría alentado en 2002 el golpe de Estado militar en Venezuela contra el Gobierno democráticamente elegido de Hugo Chávez (que fracasó tras una inmensa movilización popular).

Ninguno de estos hechos de armas ha impedido al Council on Foreign Relations acoger a Abrams entre sus miembros permanentes en 2009, confiriéndole así una legitimidad de “experto”. Este prestigioso think tank sólo manifestó cierto embarazo cuando su nuevo miembro arremetió contra el presidente Barack Obama por haber designado en el puesto de secretario de Defensa a Charles Hagel –un “antisemita”, que, según Abrams, “parece tener problemas con los judíos” (National Public Radio, 7 de enero de 2013)–. Richard Haass, el director de la organización, consideró ese comentario “absurdo” (ABC, 13 de enero de 2013). En cambio, ningún miembro parece molesto por su participación en manipulaciones electorales, masacres o genocidios. Su nombramiento en el Council on Foreign Relations y, ahora, en el puesto de enviado especial de Estados Unidos para Venezuela pone de manifiesto el control que ejercen los conservadores sobre la política exterior estadounidense.

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(1) Jennifer Jacobs y Nick Wadhams, “‘Never Trumpers’ can get State Department jobs with Pompeo there”, Bloomberg, Nueva York, 31 de enero de 2019.

(2) Citado en Grace Segers, “US envoy to Venezuela Elliott Abrams says his history with Iran-Contra isn’t an issue”, CBS News, 30 de enero de 2019.

(3) Citado en Sidney Blumenthal, The Rise of the Counter-Establishment. The Conservative Ascent to Political Power, Union Square Press, Nueva York, 2008 (1ª ed.: 1988).

(4) Elisabeth Malkin, “Trial on Guatemala civil war carnage lives out U.S. role”, The New York Times, 16 de mayo de 2013.

(5) Citado en Stephen Kinzer, Overthrow: America’s Century of Regime Change from Hawaii to Iraq, Times Books, Nueva York, 2006.

(6) David Rose, “The Gaza bombshell”, The Hive, 3 de marzo de 2008.

(7) Ed Vulliamy, “Venezuela coup linked to Bush team”, The Guardian, Londres, 21 de abril de 2002.

Eric Alterman

Periodista. Autor de We Are Not One: A History of America’s Fight Over Israel, Basic Books, Nueva York, 2022.

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