El presidente Emmanuel Macron ha sufrido una desautorización sin paliativos. Esta se produce al poco de su confirmación en el Palacio del Elíseo, corroborando así que su victoria del pasado mes de abril lo fue por defecto. En las posteriores elecciones legislativas, Macron ha perdido en efecto su mayoría parlamentaria, pese a un sistema de votación que sobrerrepresenta a los candidatos del bloque de Gobierno y a una participación especialmente baja (el 47%) que aumenta el peso relativo de su electorado, de mayor edad y nivel económico. Despechado, sorprendido, Macron no sabe qué hacer, ni con quién. Su estrategia consistió en anestesiar al electorado sin comprometerse a nada en concreto. Ha sido un fracaso y la realidad de su impopularidad se le ha venido encima.
El hecho de que la composición de la Asamblea Nacional sea ahora más representativa de la voluntad de los votantes no puede calificarse de “crisis”. En 2017, solo contaba diecisiete miembros de Francia Insumisa (La France insoumise, LFI), ocho diputados de extrema derecha y una ecologista, es decir, el 4,5% de los escaños para tres partidos que representan más del 40% de los votantes. Pero no había problema entonces, al parecer, ya que Macron podía gobernar a su antojo... El presidente de la República Francesa ahora va a tener que acordar voluntades con otros que no sean su jefe de Gabinete. Esto solo debería ser molestia para quienes esperaban que reformara las pensiones de la misma manera que desmanteló el estatuto de los trabajadores ferroviarios, “suavizó” el código laboral y endureció las condiciones de asignación de las prestaciones por desempleo.
Gracias a la alianza de izquierdas ideada por Jean-Luc Mélenchon, las fuerzas que la componen están ahora mejor representadas en la Asamblea (LFI cuadruplica su cuota de diputados). Pero el avance de Reagrupamiento Nacional (Rassemblement national, RN) es aún más espectacular. La formación de Marine Le Pen multiplica por diez el número de sus representantes, un resultado que no es premio a ninguna estrategia inventiva, pero que sí refleja el aumento continuo del número de sus votantes. Comicios tras comicios, el extrema derecha extiende su influencia y se banaliza. Las elecciones legislativas hasta ahora no le favorecían; esta vez ha duplicado sus votos, saltando del 8,75% al 17,3% en cinco años. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, su candidata ya había obtenido 2,5 millones de votos más que en la anterior elección.
La formación de Le Pen no necesita reunir comités de expertos, ni disponer de un programa, ni valerse de personalidades que avalen su solvencia. Le basta con capitalizar el descontento. Desde la caída del poder adquisitivo hasta los disturbios en el Stade de France, no propone nada, pero todo le sirve. Hasta ahora, siendo nulas sus posibilidades de llegar al poder o incluso de influir en las instituciones de la República, votar por este partido parecía un acto sin consecuencias (1). Y tenerlo como contrincante era una victoria asegurada gracias al “voto de rechazo” que se establecería contra este. Con su habitual cinismo, Macron aprovechó esta circunstancia primero para ser elegido y reelegido con el apoyo de la izquierda. Y luego se situó salomónicamente entre “los extremos” para impedir la victoria de la alianza de la izquierda en las elecciones legislativas.
El hombre que proclamó en 2016: “Si no espabilamos, en cinco años, o en diez, el Frente Nacional estará en el poder”, lleva algún tiempo ya de inquilino del Elíseo. ¿Dónde estará Marine Le Pen dentro de diez años?