FMI, las tres letras más odiadas del mundo

Se abre la puerta del ascensor. Salen dos mujeres jóvenes, que prosiguen su conversación en un idioma de Europa del ­Este. Sus distintivos indican que son búlgaras y economistas. La responsable de comunicación que nos acompaña, de origen palestino, nos presenta al historiador de la ­organización que nos recibe, un economista indio, y después nos conduce al despacho del jefe del Departamento de Estrategia: un economista con pasaporte turco. Durante nuestra visita, conocimos a un holandés, economista, a un francés, también economista, y a un japonés que nos pidió que le sacáramos una foto delante del logotipo de la organización. Ejercía la misma profesión que las anteriores personas. Para llegar a este pequeño paraíso para economistas internacionales, en el corazón de Washington, la capital estadounidense, habíamos caminado siguiendo con la mirada un enorme helicóptero. La mayoría de los transeúntes, acostumbrados sin lugar a ­dudas a este tipo de revoloteos, no (...)