Los desfavorecidos. Los humillados. Los invisibles. De un tiempo a esta parte han florecido denominaciones conmovedoras para calificar a las “categorías sociales humildes”. No sabemos exactamente a quién se refieren esas palabras, pero cuando no es a nosotros, cosa que en cambio generalmente sí sabemos, nos conmueven. En ello estriba todo el interés de ese léxico. Su tono afectivo invita a una compasión teñida de culpa. Lo que se pone en movimiento no es la reflexión (humillados… ¿por quién, por qué?… Y, a todas estas, los “humillados” ¿qué dicen al respecto?), no es la sospecha crítica (desfavorecidos… ¿la culpa es de la mala suerte?), sino el sentimiento. Lloremos juntos. El sentimentalismo blando (pleonasmo), el recurso a un vago pero poderoso afecto, impregna parte de nuestro imaginario colectivo y es uno de los grandes resortes de la vida política. Sin embargo, bajo la máscara de la evidencia generosa, permite extrañas desviaciones (...)
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Lo que esconden los buenos sentimientos
Los usos de la compasión
Solidaridad, responsabilidad: palabras que desde hace un tiempo vuelven a estar de actualidad para subrayar lo que corresponde a los menos privilegiados –los “vulnerables”– en aras de una igualdad imperfecta y de la voluntad de corregir injusticias. La convivencia pasa por tener en consideración los sentimientos de la persona. Pero ¿permiten estos fundar una norma colectiva?
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