Celebrado entre México, Estados Unidos y Canadá, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) –también conocido como NAFTA por sus siglas en inglés– entró en vigor el 1 de enero de 1994 en medio de un sinfín de promesas. Sus promotores repetían una y otra vez que el TLCAN iba a permitir el desarrollo de los intercambios comerciales, la estimulación del crecimiento, la creación de empleos, la reducción de la inmigración clandestina. Mientras que The Washington Post se maravillaba ante la “lista de nuevas oportunidades y ventajas” que ofrecía (14 de septiembre de 1993), The Wall Street Journal se regocijaba ante la idea de que, pronto, los consumidores podrían gozar “de una amplia gama de productos a precios más bajos” (7 de agosto de 1992). En cuanto a Los Angeles Times, éste aseguraba: “El TLCAN generará muchos más empleos de los que destruirá” (29 de mayo de (...)
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De vuelta a las promesas del TLCAN
Los espejismos del libre comercio
La resistencia contra la ola del comercio sin límites comienza a tener eco entre los parlamentarios estadounidenses, que han expresado su disgusto ante la ratificación acelerada del nuevo tratado de libre comercio deseada por Barack Obama. Dos décadas después, el abrumador balance del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) apenas debería animarlos a seguir en esa dirección.
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