Desde hace más de seis meses, todas las reivindicaciones sectoriales del movimiento estudiantil chileno se han ido articulando a través de un eje central: la desigualdad estructural que impera en Chile. O sea la desigualdad organizada de tal modo que se perpetúe, ese ha sido el foco que nos permitió hacer emerger el descontento que estaba latente en amplios sectores de la sociedad y que no se expresaba en forma abierta, debido a un autocomplaciente discurso de las autoridades de Gobierno.
Una vez instaladas las demandas sectoriales ancladas en la idea de que éstas son justas porque hay una perpetuación de las desigualdades, el proceso comenzó a profundizarse y fuimos poco a poco entrando –junto a la ciudadanía– en los problemas de fondo. Al inicio, no era llegar y plantear el debate constitucional porque no iba a ser comprendido; ello requería un proceso de aprendizaje –de la sociedad en general y (...)