Las democracias contemporáneas se enfrentan a un desafío primordial. Por una parte, la ciudadanía se desvincula de las instituciones políticas por su funcionamiento actual, instando a los gobiernos y a las administraciones de todo el mundo a generar nuevas formas de participación política. Por otra parte, el sistema representativo establece una división de tareas que, por definición, deja al ciudadano medio un margen de maniobra muy estrecho. Los propios partidos políticos sostienen la idea de que este reparto de poderes es la base de la legitimidad de las autoridades y que cualquier otro principio está condenado al fracaso. El ciudadano de base es entonces prisionero de una absurda situación: no puede ni decidir por sí mismo ni formarse una idea justa del funcionamiento del sistema político. Y no obstante, hay personas que realmente querrían implicarse. Pero, ¿cómo hacerlo?
Entre las herramientas disponibles se encuentra la encuesta deliberativa, inventada por el politólogo (...)