Los trágicos atentados del pasado 7 de julio ocurridos en Londres se inscriben en una sucesión de actos que apuntan sobre todo a las naciones implicadas en la ocupación militar en Oriente Próximo. Son producto de una guerra asimétrica que deja un estrecho margen de elección a quienes, religiosos o no, se proponen combatir una cruzada emprendida más para controlar recursos que para exportar la democracia.
Dicho esto, sea resistencia o terrorismo ciego, los países atacados deben proteger a sus ciudadanos. Y como lo admitieron finalmente los dirigentes del G-8, la solución definitiva para eliminar la violencia es la erradicación de la opresión y la pobreza. A más corto plazo, tras el terrible atentado que el 11 de marzo de 2004 causó 192 muertos en Madrid, los españoles eligieron una eficaz defensa: la retirada de Irak de sus tropas de ocupación, unida a una diligente investigación policial.
No es el camino que (...)