El jueves 30 de octubre de 2014, al grito de “¡Fuera Blaise!”, miles de jóvenes manifestantes hicieron estallar las ventanas de la Asamblea Nacional burkinesa antes de incendiar el despacho de su presidente, Apollinaire Soungalo Ouattara. El jefe de Estado, Blaise Compaoré, tuvo que renunciar a la votación prevista para modificar la Constitución y poder volver a presentarse a las elecciones. Al día siguiente dimitió y huyó a Costa de Marfil en un helicóptero facilitado por el Estado francés. Sin embargo, esta rápida victoria no ha sido suficiente para los manifestantes.
Conscientes de ser los olvidados del crecimiento económico –casi el 7% en 2013 según el Fondo Monetario Internacional (FMI)–, los insurgentes arremetieron metódicamente contra todos los símbolos del poder instaurado veintisiete años atrás. Saquearon varias residencias de dignatarios del régimen, particularmente la de Assimi Kouanda, secretario ejecutivo nacional del partido presidencial, el Congreso por la Democracia y el Progreso (CDP), (...)