No existe ciudad más triste que Karachi. Es una especie de Beirut del sur de Asia: una ciudad junto al mar, rica y hasta llena de atractivos en ciertas zonas, pero también verdadero monumento al odio entre grupos étnicos y religiosos y a la ausencia de una comunidad de ciudadanos. En estado de guerra con ella misma y con el resto del mundo, Karachi, la metrópolis más poblada de Pakistán, es un sitio profundamente inestable, donde se suceden espeluznantes oleadas de matanzas y de secuestros.
Los policías se protegen acurrucándose detrás de sacos de arena, y las representaciones diplomáticas extranjeras tienen el aspecto de fortalezas construidas por los cruzados. Y es así, efectivamente, como son percibidas por los habitantes, como cabezas de puente fortificadas de potencias foráneas, para nada bienvenidas.
El consulado de Estados Unidos está rodeado de un cerco hecho con hojas de metal afiladas, y de varios muros de (...)