Si hay un factor que incide claramente en la falta de éxito en la erradicación del hambre y la pobreza es, sin lugar a dudas, la desigual distribución de los ingresos. Aunque a nivel global se han realizado avances considerables para reducir la pobreza extrema, la desigualdad de ingresos sigue siendo alta. Esto significa que la mayor parte de la reducción de la pobreza se ha logrado gracias al incremento del crecimiento económico y no mediante la disminución de la desigualdad de ingresos.
Esta desigualdad se ha mantenido constante y alta en los últimos quince años. Como región, América Latina y el Caribe registra los mayores avances en cuanto a la reducción de la desigualdad de ingresos, pero sigue teniendo los niveles más altos de desigualdad a nivel mundial. No obstante, este avance general en la distribución de los ingresos no parece reflejarse en la distribución de la remuneración de los trabajadores.
Calculada según la prima de prosperidad compartida, esto es, la diferencia entre la tasa de crecimiento anual en ingresos o consumo del 40% más pobre de la población y la tasa de crecimiento anual de la media de población en la economía, la desigualdad va en aumento en casi la mitad de los países del mundo, incluidos numerosos países de ingresos medianos y bajos.
Sin embargo, si se centra la atención únicamente en los países de ingresos medianos y bajos, la tendencia en la distribución de ingresos es dispar. En la figura que se adjunta podemos comprobar que los países que se encuentran por encima de la línea han registrado un aumento en la desigualdad de ingresos entre los años 2000 y 2015, mientras que en aquellos que están por debajo se ha observado una disminución. Cabe señalar que varios países de África y Asia han registrado un gran aumento de la desigualdad de ingresos en los últimos 15 años. Los países con gran desigualdad son por lo general países con una gran dependencia de productos básicos. En 12 de estos países, la desigualdad de ingresos se mantuvo sin variaciones, mientras que en 26 de ellos la desigualdad aumentó. Pero más importante aún, 20 de estos 26 países tienen una elevada dependencia de los productos básicos.
La desigualdad de ingresos viene determinada por el tipo de crecimiento económico y la distribución de los ingresos obtenidos de los mercados de factores, en particular los mercados laboral y de capitales. Los países de América Latina, donde la desigualdad sigue siendo alta, aplicaron numerosas reformas iniciadas en el decenio de 1990 a fin de abrir sus economías y fomentar un crecimiento inducido por las exportaciones. Costa Rica constituye un ejemplo en la región de un país en el que se ha diversificado el sector de las exportaciones. Resulta interesante señalar que la desigualdad de ingresos aumentó en Costa Rica a raíz de la intensidad de mano de obra cualificada de los nuevos sectores de exportación, lo que contribuyó a aumentar las brechas salariales.
La desigualdad de ingresos también incide en la repercusión del crecimiento económico. Por ejemplo, si el crecimiento económico está asociado con un aumento de la desigualdad de ingresos, la población más pobre podría no verse beneficiada por el aumento de la renta nacional. La relación entre el crecimiento económico y un incremento de los ingresos medios y el aumento de la seguridad alimentaria y la nutrición puede ser más débil de lo previsto, especialmente si los niveles de desigualdad de ingresos son altos. En un contexto de crecimiento económico con un alto grado de desigualdad, deben solucionarse las desigualdades para procurar una salida del hambre y la malnutrición.
La desigualdad de ingresos incide en los efectos que la desaceleración o la contracción económica tienen en la seguridad alimentaria y la nutrición. En países en los que la desigualdad es mayor, las desaceleraciones y debilitamientos de la economía tienen un efecto desproporcionado en las poblaciones de bajos ingresos por lo que se refiere a la seguridad alimentaria y nutricional, ya que utilizan buena parte de sus ingresos para la adquisición de alimentos.
La desigualdad aumenta la probabilidad de sufrir inseguridad alimentaria grave y este efecto es un 20% mayor en el caso de países de ingresos bajos frente a países de ingresos medianos. Un estudio de la FAO relativo a 75 países de ingresos bajos y medianos constata que, en promedio, los países con un coeficiente de Gini alto, esto es, superior a 0,35, tienen un 33% más de probabilidades de experimentar inseguridad alimentaria grave. De hecho, la prevalencia de la inseguridad alimentaria grave es casi tres veces mayor en países con una elevada desigualdad de ingresos (el 21%) que en países con poca desigualdad de ingresos (el 7%).
Además, el mismo estudio de la FAO determina que en los países con niveles altos de desigualdad, el aumento de los ingresos familiares guarda una fuerte relación con la reducción de la inseguridad alimentaria grave. En los casos en que existe una desigualdad alta, este efecto es casi tres veces mayor que el de niveles de desigualdad más bajos. Un aumento del 10% en los ingresos familiares se relaciona con una probabilidad menor en 0,8 o 0,3 puntos porcentuales de padecer inseguridad alimentaria grave en países que tienen, respectivamente, una desigualdad alta o más baja.
Las desigualdades de ingresos y riqueza también guardan estrecha relación con la desnutrición, en tanto que modelos de desigualdad más complejos se asocian con la obesidad. Estos modelos de desigualdad asociados a las condiciones de salud se observan en países de ingresos medianos y bajos. Las desigualdades económicas desempeñan un papel significativo, ya que niveles de ingresos más bajos afectan al acceso a la salud, la nutrición y los cuidados. Por ejemplo, en la mayor parte de países, la prevalencia del retraso del crecimiento entre niños menores de cinco años es unas 2,5 veces mayor en el quintil de riqueza más bajo en comparación con el quintil más alto. Además, dentro de los países, también hay desigualdades considerables entre regiones y subgrupos de población.