Con el Fondo Verde, los países del Norte se comprometen a ayudar a los del Sur a limitar sus emisiones de gases de efecto invernadero y a adaptarse a los efectos cada vez más graves del cambio climático. El Fondo se decidió en la Conferencia de Copenhague de 2009 y se confirmó en el Acuerdo de París, firmado por todos los países del mundo, que fijaba el objetivo de alcanzar “100.000 millones de dólares al año para 2020”. A día de hoy, el Fondo apenas suma una décima parte de esa cantidad.
Durante las negociaciones, se acordó que los 100.000 millones de dólares serían un apoyo “adicional” a la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) proporcionada al Sur por los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). A principios de la década de 1970, el monto de la AOD se fijó en el 0,7% del producto interior bruto (PIB) de los países donantes. Con la excepción de algunos virtuosos (Suecia y Noruega aportan más del 1%), la mayoría de los países solo abonan la mitad del objetivo que asumieron. El importe total de la AOD en el mundo son unos 150.000 millones de dólares, cuando deberían ser 300.000 millones.
Se puede legítimamente culpar a la mayoría de los países del Norte por no cumplir sus compromisos de ayuda al desarrollo en los últimos cincuenta años. Además, la OCDE intenta hacer creer que sus miembros ya están pagando dos tercios del importe del Fondo Verde a través de un apartado climático de las actuales ayudas (1). Como en un juego de triles, la OCDE afirma así que casi 80.000 millones de dólares de la AOD están más o menos relacionados con el clima y que sus países miembros están por tanto cerca del objetivo del Fondo Verde, cuando lo cierto es que ambas ayudas eran partidas completamente distintas en las negociaciones sobre el clima.