Entre 1961 y 1991, una guerra independentista opuso la guerrilla del Frente Popular para la Liberación de Eritrea (FPLE) a las fuerzas gubernamentales etíopes. El fin del imperio unitario de Etiopía de Haile Selassie en 1974 y el ascenso al poder de Mengistu Haile Mariam (llamado el “Negus Rojo”) en 1978 no cambiaron nada (1).
Durante ese largo enfrentamiento, el FPLE desarrolló una estrecha cooperación militar con la guerrilla del Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), que desde la provincia de Tigray luchaba contra el “Negus Rojo”. Tras la victoria de la coalición FPLE-FPLT en mayo de 1991, la secesión de Eritrea se efectuó de manera consensuada en 1993 y el FPLE tomó el poder en Asmara mientras que su aliado, el FPLT, se instalaba en Adís Abeba. Una alianza que parecía tanto más natural cuanto que ambos frentes estaban dirigidos por cristianos tigray.
Las tensiones que se produjeron a continuación fueron a menudo calificadas de “síndrome hermano mayor–hermano menor”. En la lucha, el FPLE reivindicaba la anterioridad, una mejor organización, un indiscutible prestigio internacional, mientras que el FPLT sólo disponía de anclaje regional. Aunque dirigía un país mucho menos poblado (6 millones de habitantes frente a los 94 millones de Etiopía), no se molestaba en disimular su sentimiento de superioridad. Los primeros años fueron tranquilos, pero estuvieron marcados sin embargo por reivindicaciones económicas cada vez más importantes por parte de Eritrea: la petición de paridad monetaria birr-nakfa (2) o la de suspensión de las inversiones industriales en Tigray.
El jefe del FPLT que pasó a ser presidente de Etiopía, Meles Zenawi, intentó hacer razonar a su antiguo aliado. Mencionó el hecho de que, como dirigente de un gran país poblado en un 95% de no tigrays, sufría presiones mucho más fuertes que durante los años de guerra. En mayo de 1998, con el pretexto de reivindicaciones sobre minúsculos espacios territoriales sin valor estratégico o económico, Eritrea atacó a su gran vecino. Siguió una guerra de dos años en la que murieron unos 70.000 combatientes y que costó más de 2.000 millones de dólares.
La guerra de guerrilla llevada a cabo durante la guerra de independencia dio lugar a un conflicto convencional que recordaba la Primera Guerra Mundial de Europa –trincheras, ataques frontales mortales, descargas de artillería pesada– que no consiguió nada. El armisticio firmado en Argel en junio de 2000 no culminó en ningún tratado de paz. Dejó mucha amargura en ambos lados. Este conflicto larvado sigue amenazando con degenerar en un conflicto abierto tan pronto como aparezca un problema en uno u otro campo.