Desde su primer discurso como presidente, Donald Trump rompe con sus predecesores. Con tono arrogante, con el puño cerrado y prometiendo que el eslogan “America First” (“Estados Unidos primero”) resumirá la “nueva visión que dominará el país”, anuncia que el sistema internacional creado desde hace más de setenta años por Estados Unidos ya no tendrá otra función diferente a la de estar a su servicio. Ni otro destino distinto al de debilitarse. Semejante franqueza perturba la tranquilidad de las demás naciones, sobre todo europeas, que fingían creer en la existencia de una “comunidad atlántica” democrática, regulada por acuerdos mutuos ventajosos. Con Trump, las máscaras caen. Su país, en un juego que siempre ha considerado como de suma cero, pretende “ganar como nunca antes”, ya se trate de cuotas de mercado, de diplomacia o de medio ambiente. Pobres de los perdedores del resto del planeta.
Y adiós a los grandes acuerdos multilaterales, (...)