El 13 de enero de 2016, en Chicago, el empresario Thomas Pritzker desvelaba el nombre del trigésimo noveno galardonado con el premio que lleva su nombre. Ante la sorpresa general, coronaba a un arquitecto chileno, Alejandro Aravena, del estudio Elemental. A menudo presentado como el Nobel de Arquitectura, la recompensa atribuida por la fundación de la cadena de hoteles Hyatt, que dirige Pritzker, distingue habitualmente a profesionales consolidados: el anterior galardonado, Otto Frei, falleció a los noventa años, unos días antes de la proclamación oficial…
De 48 años de edad, Aravena no debe su distinción a la irresistible atracción que ejerce sobre las revistas de papel de gran gramaje, sino a realizaciones que tendrían como objetivo la erradicación de la pobreza y que estarían puestas al servicio de la mayoría. “Sus construcciones brindan oportunidades económicas a los más desfavorecidos, atenúan los efectos de las catástrofes naturales, reducen el consumo de energía (...)