No existen especies animales que escapen a la intervención casi siempre mortal del hombre: éste los cría industrialmente, los caza, llena sus territorios de trampas, los pesca, los utiliza para toda clase de experimentos, los encierra en zoológicos, los amaestra para que ejecuten números de circo, y por si esto fuera poco, se complace en hacerlos pelear... En cuanto a los animales adquiridos con fines de “compañía”, comparten a menudo el destino de los objetos de consumo: una vez usados, se los tira. La historia de esta guerra no tiene edad, pero alcanza un punto culminante.
El crecimiento de nuestras capacidades científicas y técnicas ha conducido en efecto a una explotación sin precedentes de los animales, y la dureza de su situación ya no depende tanto de los gestos del humano que los maltrata como de ciertos dispositivos técnicos instalados para “racionalizar la producción”. ¿Será necesario recordar que en Francia se (...)