En noviembre de 2018, un desacierto administrativo de las autoridades estadounidenses confirmaba que Washington había preparado en secreto un dosier de acusación contra Julian Assange. Ya hacía varios años que el fundador de WikiLeaks, refugiado desde 2012 en la embajada de Ecuador en Londres, afirmaba verse amenazado con ser extraditado a Estados Unidos, donde teme purgar una interminable condena por espionaje, o incluso algo peor (1). En este contexto, el diario británico de centroizquierda The Guardian decidía publicar una exclusiva el 27 de noviembre. Reveló que Paul Manafort, exdirector de campaña electoral del entonces candidato Donald Trump, se había reunido hasta en tres ocasiones con Assange en Londres: en 2013, en 2015 y en 2016.
La noticia causó tanto más revuelo cuanto que, en 2013, Trump aún no había declarado su intención de presentarse como candidato a la presidencia de Estados Unidos. De inmediato, CNN, MSNBC y The New York Times se frotaban las manos. Ya que sospechaban que Assange había obrado de concierto con las autoridades rusas a fin de difundir información comprometedora para la campaña de Hillary Clinton, sus encuentros con alguien cercano a Trump confirmaban la existencia de una colusión de larga data entre el presidente estadounidense y Vladímir Putin. En definitiva, Assange había servido como agente de enlace entre ambos hombres.
Pero, ¿tuvieron lugar las tres reuniones entre Manafort y el fundador de WikiLeaks? A priori resulta imposible ponerlo en duda: The Guardian es un diario respetado en todo el mundo, a la vanguardia en la denuncia de las fake news. Ahora bien, su artículo del 27 de noviembre no está redactado en condicional, sino que en él se realizan afirmaciones. Así que las pruebas están ahí, las reuniones son ciertas. Y, a continuación, surge una duda. Nos acordamos de que uno de los redactores del artículo, Luke Harding –también autor de un libro titulado Conspiración: cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones (Debate, 2017)–, alimenta un ataque personal contra Julian Assange. Descubrimos que el nombre de uno de los otros dos autores responsables de la exclusiva, el ecuatoriano Fernando Villavicencio, adversario activo del expresidente Rafael Correa –quien le concedió el asilo a Assange–, se suprimió rápidamente de las ediciones digitales de The Guardian; que el titular inicial del artículo, “Manafort se entrevistó en secreto con Assange en la embajada de Ecuador”, se modificó unas horas más tarde para añadir “según algunas fuentes”. En cuanto a la reunión entre los dos hombres, se convirtió en la “aparente reunión”…
Por si no fuera suficiente, el excónsul de Ecuador en Londres, Fidel Narváez, desmintió formalmente las tres visitas del asesor de Trump; WikiLeaks emprendió acciones legales contra The Guardian y Manafort publicó un desmentido categórico. No hay ni rastro de su nombre en los registros de la embajada de Ecuador y tampoco existe ninguna imagen de sus entradas o de sus salidas de uno de los lugares más vigilados y más grabados del planeta.
El periodista estadounidense Glenn Greenwald resume todo este caso con un humor mordaz: “Ciertamente, es posible que Paul Manafort e incluso Donald Trump se hayan reunido en secreto con Julian Assange en la embajada. Es posible que Vladímir Putin y Kim Jong-un se hayan unido a ellos” (The Intercept, 27 de noviembre)… Posible, pero poco probable: a The Guardian no se le habría escapado nunca semejante exclusiva.