Se supone que el “desarrollo sostenible”, doctrina oficial de las Naciones Unidas, puede garantizar el bienestar de las generaciones presentes sin comprometer el de las futuras. Es un salvavidas al que se aferran todos los gobiernos que son fervientes partidarios y practicantes de la agricultura intensiva, los directivos de empresas multinacionales que despilfarran los recursos, vierten sin vergüenza sus desechos al medio ambiente y fletan barcos “llenos de basura”, las organizaciones no gubernamentales que ya no saben qué hacer y la mayoría de los economistas sorprendidos en el flagrante delito de ignorar las restricciones naturales.
Sin embargo, el problema fundamental del programa de desarrollo sostenible es la suposición de que proseguir con un crecimiento económico infinito es compatible con el mantenimiento de los equilibrios naturales y la resolución de los problemas sociales. “Lo que necesitamos es una nueva era de crecimiento, un crecimiento vigoroso y, al mismo tiempo, social y ‘medioambientalmente’ (...)