El 9 de agosto de 1903, el conde Serge de Witte, ministro de Economía del zar Nicolás II, explicaba amablemente al periodista vienés Theodor Herzl, que venía a demostrarle que el emperador ortodoxo debía apoyar la aplicación de la doctrina del sionismo político (que acababa de fundar): “Yo solía decirle al pobre emperador Alejandro III: ‘Majestad, si fuera posible ahogar en el mar Negro a seis o siete millones de judíos, me sentiría realmente satisfecho. Pero eso no es posible. ¡Así que tenemos que dejarlos vivir!’”. Otros encontraron las posibilidades técnicas que les faltaban a los antisemitas rusos. Ni siquiera eso les sirvió de mucho, en definitiva. Tal vez haya alguna conclusión que sacar, pese a todo, de la resignación del barón ruso.
El Estado sionista eligió vivir en Palestina, es decir, en medio del mundo árabe. La elección era peligrosa. No le faltaron advertencias, procedentes sobre todo de los judíos (...)