No habrá una revolución de color al estilo ruso. Las concentraciones del 5 y el 10 de marzo pasados, convocadas por grupos que rechazan el resultado de la elección presidencial, no atrajeron a las muchedumbres esperadas, y sus organizadores admitieron la necesidad de cambiar el modo de expresión de su descontento. No obstante, el poder no debería creer que todo ha vuelto a la normalidad. Tras un periodo de movilizaciones sin precedentes –que comenzó en diciembre pasado con las elecciones legislativas–, la sociedad rusa parece estar más dividida que nunca.
Más allá de los fraudes comprobados, la reelección de Putin no es una sorpresa. Primero porque, para gran parte del electorado, es el único que puede garantizar la estabilidad del país, traumatizado por las crisis políticas y económicas que se suceden desde 1991. Incluso en las grandes manifestaciones que siguieron a las controvertidas elecciones en la Duma, la mayoría no deseaba (...)