Cuando los habitantes de Odesa se dan cita en el Bulevar Marítimo, siempre indican si es del lado de Pushkin o del lado del “duque”. Nadie se toma el trabajo de explicar de qué duque se trata. Hay uno solo: Armand du Plessis de Richelieu, gobernador de la ciudad de 1798 hasta 1811, y cuya estatua se yergue en lo alto de la célebre escalera Potemkin. Odesa le debe mucho: el primer trazado urbano, el alumbrado público, las calles pavimentadas con trozos de lava del Vesuvio, las acacias blancas de Italia... Pero, ante todo, le debe su carácter internacional, por haber atraído a la ciudad a miles de europeos. Los italianos levantaron la mayoría de los edificios; las canalizaciones fueron obra de los ingleses; los belgas contribuyeron a construir la red de tranvías; la Opera no existiría sin los austriacos, mientras que los barcos pertenecían sobre todo a armadores griegos.
Hoy (...)