Algunos libros se traman a partir de argumentos tan controvertidos que, cuando parecen concluir, colapsan para formar un ente abigarrado del que nada escapa, ni siquiera la luz. Como si de una renovada Albert Einstein se tratara, Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) redacta para denunciar gravedades. Su más reciente ensayo, El ruido de una época (Gatopardo, 2023), es una entidad ilimitada dentro de la cual no cuentan ni el espacio ni el tiempo. Una vez ingresamos en su tratado, como si lo hiciéramos en un agujero negro, solo nos queda seguir cayendo.
No importa cuán densa o vasta, la divulgación se vierte en arcanos símbolos de una algebraica meta, a merced de las historias alternativas de una polémica: “Para escribir hay que dejar un espacio en blanco. Lo que nadie ve es la esencia de la escritura”. Nos arrastra la colaboradora de Granta, Letras Libres o The Guardian al centro mismo de la meditación convulsa mediante perforaciones tensas que nos hacen traspasar la página impresa, donde “no hay más misterio, en el pasaje de ser y no ser, que la concreción de haber escrito y el libro”.
A medida que sumamos las letras de la creadora de la Trilogía de la pasión (2012 - 2015), colapsamos en una felicidad que da paso a una cuántica extrañeza: “El ruido de una época define el relato que hacen los muertos a los vivos y los muertos a los muertos, de tumba a tumba, de libro a libro”. Es en ese cósmico callejón sin salida que la nominada al Booker 2019 nos muestra que todas las tesis terminan y empiezan en un texto donde el espacio y el tiempo no se detienen: “Estoy segura de que eso –ese silencio de las manos suspendidas sobre las teclas– es escribir”.