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Nicolas Tavaglione

A circunstancias excepcionales, respuestas excepcionales

junio de 2007

Desde las comedias de Aristófanes, por lo menos, se sabe que la paz es preferible a la guerra. Y desde La Ciudad de Dios de San Agustín, y a pesar de los esfuerzos de éste para persuadir a los mortales afligidos por el saqueo de Roma (410 después de Cristo) que Dios no admitía ninguna queja, se sabe que la guerra es un cortejo que trae los más severos infortunios. Se encuentran allí, en primer lugar, “toda la gama de maneras horribles de morir”; y luego se sufren las angustias del desposeimiento, de la muerte sin sepultura, la tortura, la violación, el cautiverio y el exilio. Después de algunos siglos de progresos tecnológicos y, más tarde, de centralización política, es posible sostener, como el historiador militar John Keegan, que la guerra se ha convertido en “la” calamidad de las calamidades, ya que “ha superado a la enfermedad y al hambre (...)

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