“Una primavera francesa”. Tras la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la casi totalidad de los editorialistas celebró, a la manera de Jacques Attali en L’Express, la bipolarización de la vida política francesa en torno a dos agrupaciones “moderadas”, que convertiría finalmente a Francia en una “democracia moderna”. La nomenklatura mediática se alegró particularmente de los malos resultados de los candidatos ubicados a la izquierda del Partido Socialista (PS). Según Bernard-Henri Lévy, la marginación de la corriente antiliberal permitía “romper la homonimia que asigna el mismo nombre –la ‘izquierda’– a los herederos de Lenin y de Jaurès”.
La derrota de Ségolène Royal en la segunda vuelta de las elecciones ha conducido luego a estos mismos creadores de opinión a deplorar “la inmovilidad doctrinal” del PS y su “negligencia con respecto al centro”. Según Jacques Julliard, director adjunto de Le Nouvel Observateur, la candidata habría perdido “porque la izquierda está demasiado a (...)