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Apoyar y fortalecer ‘Le Monde diplomatique’

Un periódico no alineado

De la crisis financiera de 2008 a la conflagración de Oriente Próximo, pasando por la crisis climática y la invasión de Ucrania, el mundo ha vivido en los últimos quince años una serie de conmociones que están alterando las líneas directrices intelectuales y geopolíticas. No la de Le Monde diplomatique, que defiende, ahora casi en solitario, la no alineación. Y pide a sus lectores que lo apoyen en su lucha.

por Benoît Bréville y Pierre Rimbert, noviembre de 2023
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Eric Sall. – Stories With Holes (’Historias con lagunas’), 2014

Hace poco más de un año, el 19 de octubre de 2022, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronunció un solemne discurso en el Parlamento de Bruselas: “Los ataques selectivos contra infraestructuras civiles con el objetivo evidente de privar a hombres, mujeres y niños de agua, luz y calefacción a las puertas del invierno son actos de puro terror y debemos calificarlos como tales”. Pero esta regla deja de aplicarse cuando un aliado del bloque occidental efectúa “ataques selectivos”. Tras la masacre de cientos de civiles durante la operación militar dirigida por Hamás el pasado 7 de octubre (1400 muertos, 300 de ellos militares), el ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, anunciaba el asedio total de Gaza en los siguientes términos: “Ni electricidad, ni comida, ni gas […]. Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia” (9 de octubre). Dos días después, ya se habían retirado 1200 cadáveres de entre los escombros de casas, escuelas, hospitales y sedes de medios de comunicación bombardeados indiscriminadamente bajo el pretexto –a menudo alegado por el Ejército ruso, pero en otro conflicto– de que albergaban combatientes. ­Impávida, Von der Leyen reafirmaba: “Europa apoya a Israel”. En Francia, la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, declaraba “en nombre de la representación nacional” un “apoyo incondicional” a Tel Aviv.

En los medios de comunicación franceses, la focalización en los crímenes de guerra cometidos por los combatientes de Hamás reformula el conjunto del conflicto palestino-israelí en términos de terrorismo islamista. Una vez efectuada esa reorientación en un país víctima de múltiples atentados de ese tipo, para los medios ya no se trata de informar, sino de transmitir las consignas de firmeza del poder y de perseguir a quienes las discuten.

La semana siguiente al ataque de Hamás, el Gobierno francés asestó nuevos golpes a las libertades fundamentales ya recortadas por el confinamiento sanitario sin que los autoproclamados guardianes de la democracia encontraran nada que replicar: prohibición de manifestarse en apoyo a Palestina, circular liberticida enviada el 10 de octubre por el ministro de Justicia a los fiscales, que prohíbe “la difusión pública de mensajes que inciten a formarse un juicio favorable a Hamás o la Yihad Islámica”, aunque esas declaraciones se produzcan “en el marco de un debate de interés general y se presenten como un discurso de carácter político”. Tras su lectura, la flor y nata del contrapoder impulsaba inmediatamente un “debate”. No sobre la libertad de expresión de la que dice ser garante, sino sobre la necesidad de perseguir o disolver a formaciones políticas que justifican o intentan ­explicar una resistencia palestina calificada desde su nacimiento como ­terrorista; un enfoque, sin embargo, defendido en su día por Charles de Gaulle y Jacques Chirac...

Más que de la mala fe, la parcialidad de las direcciones editoriales es resultado de una verdadera ceguera. Reprocharles su “doble rasero” implica deplorar la desviación de una norma, la de la igualdad de trato o igual dignidad de los seres humanos, a la que renunciaron hace mucho tiempo. David Pujadas, expresentador estrella de la televisión pública francesa, resumió el estado de ánimo de muchos dignatarios de su profesión en LCI (11 de octubre): ¿debemos considerar a los gazatíes cómplices de Hamás, al igual que los rusos lo serían del Kremlin, o bien, en un esfuerzo de empatía literalmente sobrehumano, “hay que decir: ‘un civil de Gaza es igual a un civil de Israel’?”. Sin duda, nada le pareció más extraño que la respuesta del jefe del servicio internacional de la British Broadcasting Corporation (BBC), señalado por no haber calificado a Hamás de “terrorista”: “Nuestro trabajo es presentar los hechos a nuestro público y dejar que se forme su propia opinión” (1).

Radicalizados por los atentados de 2015 y 2016, los estados mayores periodísticos franceses reducen espontáneamente cualquier punto de vista crítico con las políticas de Washington, Bruselas o París a una provocación, incluso un ilegalismo. Para ellos informar significa pasar los hechos por el tamiz de los valores atlantistas. Su “comunidad internacional” es una hermandad occidental. El asesinato de una reportera en Moscú les lleva a criticar –justificadamente– los regímenes autoritarios; el de diez colegas palestinos les inspira un cariacontecido encogimiento de hombros. A 14 de octubre, casi un tercio de los periodistas asesinados en el mundo en 2023 lo habían sido a manos de Israel (2). Mil artículos detallan la desinformación rusa y la de Hamás, pero las fake news ucranianas o israelíes se filtran sin problemas. La cobertura del conflicto ­palestino-israelí presenta otra constante: la ocultación de la historia. El tema solo vuelve a los titulares de los informativos en caso de ataque palestino. Ahora bien, callar los antecedentes –colonización, expulsiones, asesinatos, destrucción de pozos y cosechas, humillaciones, etc.– equivale a presentar sistemáticamente a Israel como una víctima que se defiende. “Israel responde, el Gobierno israelí responde que es una respuesta”, sermonea el periodista Benjamin Duhamel a propósito de los bombardeos de Gaza (BFM TV, 13 de octubre de 2023).

Le Monde diplomatique se fundó contra esa clase de apartheid editorial. Desde su creación en 1954 hasta la década de 1980, se ocupó del movimiento de descolonización y luego del de los “no alineados”, ese grupo de países que se negaban a elegir entre los dos bloques y defendían su independencia nacional a través del desarrollo autónomo, a menudo bajo la bandera del socialismo. Por aquel entonces, el periódico no estaba solo. Uno se estremece retrospectivamente ante la idea de que L’Express, Le Nouvel Observateur o Le Monde pudieran mostrarse comprensivos con los “terroristas” del Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino, también autores de masacres de civiles, y difundir las campañas de sus defensores (3). Desde entonces, estas tres publicaciones han virado “hacia Occidente”. Y el Sur global que hoy reafirma su existencia frente al bloque occidental tiene poco que ver con ese nuevo mundo que se sacudía el yugo colonial medio siglo atrás: convertido al libre mercado, fragmentado, desprovisto de utopía emancipadora, reclama un reequilibrio de las fuerzas internacionales pero para competir más eficazmente con el Norte en su propio terreno. Para un periódico como el nuestro, negarse a nadar en la burbuja occidentalista representa más que nunca un desafío: salvo en los periodos de crisis aguda, el público apasionado por las cuestiones internacionales se reduce. Y el oxígeno progresista escasea a medida que el mundo político se alinea con las tesis estadounidenses. El mar de fondo de las nuevas tecnologías de la información no está invirtiendo esta tendencia general.

Leer exige tiempo y concentración

Scroll. Hacer desfilar breves secuencias de vídeo en tu smartphone, primero aquellas relacionadas con la información que buscas, y después, otras relacionadas escogidas por un algoritmo y luego otras más sin relación con el tema inicial. El pulgar ­roza la pantalla maquinalmente, sin cesar. A lo largo de la serie de imágenes, la conciencia, inicialmente en busca de respuesta, cede imperceptiblemente al torpor. La pulsión escópica, ese deseo incontrolable de ver, pega la mirada a la pantalla y apaga el cerebro. A las industrias digitales les gustaría transformar a los usuarios de la información en un ejército de sonámbulos tambaleantes entre fotografías de gatos y secuencias de masacres. Subrepticiamente, han impuesto una profunda transformación en el equilibrio del acceso al conocimiento: ­reducción del ámbito de la lectura; ­extensión del de la imagen.

Leer. Devorar una novela, un ensayo, hojear un periódico, en papel o en una pantalla: a ojos de los inversores de Silicon Valley, ese ejercicio no solo está obsoleto sino que también es peligroso. Exige tiempo, atención y concentración, demuestra una autonomía personal tanto en la elección de los títulos de prensa y la gestión del tiempo como en la capacidad de “ser para uno mismo”, abierto a la imaginación, la ensoñación, a situarse en los márgenes. “¿Leer? –replican los nuevos comerciantes del tiempo de cerebro disponible–. Mejor mirad las imágenes”.

Desde la compra de YouTube por parte de Google en 2006 y el auge de las redes sociales, el fragmento de vídeo en bruto (y a menudo brutal) se ha convertido en la forma dominante de información. Filmadas por un protagonista o un testigo con teléfonos móviles, drones o cámaras de vigilancia, esas secuencias desconectadas de cualquier contexto estimulan la emoción –la empatía o el odio–, el deseo compulsivo de reaccionar antes que de pensar, la viralidad portadora de réditos. Los atentados y masacres hábilmente escenificados por la Organización del Estado Islámico (OEI) en 2015-2016 las han banalizado: la oferta visual de terror oscurantista se filtra por las cadenas de noticias y los canales creados por los ingenieros de la costa Oeste estadounidense. Reels, stories, shorts, snaps, esos miniformatos que encadenan tartas de cumpleaños, pasos de baile, el gol de Kylian Mbappé y escenas de asesinato copan ahora Instagram y TikTok, pero también plataformas inicialmente construidas en torno a la palabra escrita como X (antes Twitter).

Bajo su presión, combinada con la de los canales de noticias de 24 horas, la mayoría de las grandes cabeceras de prensa han insertado esos formatos en la página de inicio de su sitio web para atraer a una audiencia mucho más joven que sus lectores, a menudo jubilados. Del usuario anónimo de X a los responsables políticos, todo el mundo reacciona a las imágenes como si fueran el propio acontecimiento: “¿Cuál ha sido su reacción a las primeras imágenes? –pregunta Libération (13 de octubre) a la secretaria nacional francesa de los Verdes–. Las imágenes que todo el mundo ha podido ver muestran el horror absoluto del ataque terrorista llevado a cabo por Hamás”.

No reaccionar dejando de lado cualquier otro asunto bajo el shock que generan resulta ahora incongruente. Peor aún: sería dar muestras de inhumanidad. Thomas Legrand, periodista de France Inter y Libération, ha teorizado sobre las virtudes de la ­política-pulsión al reprocharle a Francia Insumisa (La France insoumise, LFI) el no haber cedido lo bastante rápido a la emoción: “La verdadera naturaleza de un movimiento político puede observarse en su primera reacción ante un acontecimiento dramático, cuando este todavía se reduce a una cuestión de principios fundamentales y no se ha tenido tiempo de sopesar todos los elementos del asunto” (Libération, 10 de octubre de 2023). Vertiginosa inversión: hace no tanto, dirigentes y representantes políticos se enorgullecían de su capacidad para sustraerse del acontecimiento a fin de sopesar sus causas y consecuencias en la balanza de la razón.

Singularidad del modelo económico

¿Puede un periódico resistirse al imperio de la inmediatez y rechazar el vibrato emocional que le impone a la información? Si añadimos a la ecuación las jóvenes generaciones que, se supone –a veces erróneamente–, solo se informan en las redes sociales o a través de influencers, Le Monde diplomatique lo tiene crudo. Sin embargo, con casi 70 años (en mayo), nuestro mensual sigue exigiéndoles a sus lectores el tiempo, reflexión y atención que demandan las noticias internacionales y la batalla de ideas. Al frenesí ambiental contrapone la perspectiva histórica, el reportaje de periodistas especializados, la exposición comprometida pero documentada. Aunque no esconde sus opiniones bajo la máscara hipócrita de la objetividad, nuestro mensual se enorgullece de contar entre sus lectores con contradictores que, incluso cuando cuestionan nuestras posiciones sobre determinados temas, aprecian el poder encontrar en nuestras columnas no sermones sino hechos datados y fundamentados que buscarían en vano en otra parte. Esta reivindicada sobriedad, que sin los ­deleites de la iconografía bordearía la austeridad, es, admitámoslo, poco ­seductora: ni debates en vídeo, ni entrevistas en el sofá, ni retratos de celebridades, ni newsfeed, ni sección de consumo sobre “las mejores almohadas de viaje”. Nuestro sitio web, creado antes que los de todos nuestros colegas, en febrero de 1995 [la edición francesa], no pretende vender publicidad ni los datos de sus usuarios, sino ofrecer nuestros artículos para su lectura. Pese a ello, Le Monde diplomatique existe: mientras la crisis de la prensa barría los periódicos, hasta fechas recientes ha mantenido su circulación e incrementado su influencia.

Debemos la libertad de elegir nuestro camino a la singularidad del modelo económico de Le Monde Diplomatique. Desde 1996, esta organización nos garantiza autonomía e independencia: aquel año, los lectores del periódico reunidos en la asociación Les Amis du Monde diplomatique adquirieron el 25% de su capital; por su parte, el equipo, reunido en la asociación Gunter Holzmann (así llamada por un generoso donante cuyo legado permitió impulsar el movimiento) posee el 24% de las acciones. Juntos, estos dos accionistas disponen de derecho de veto sobre decisiones cruciales para la vida de la empresa. Y, sobre todo, el director es elegido cada seis años por todo nuestro pequeño equipo, no solo por los periodistas.

Al organizar la filiación de Le Monde diplomatique, hasta entonces un simple servicio dentro de la Société Éditrice du Monde, Ignacio Ramonet y Bernard Cassen, quienes por entonces dirigían el periódico, tuvieron la audacia de plantear la cuestión de la propiedad en un momento en el que bastaba con mencionar el tema para desencadenar la ira apoplética de los editorialistas. “Esta tesis según la cual en cuanto se está sujeto a intereses económicos no se es libre, no se sostiene”, espetaba Laurent Joffrin en Canal Plus (11 de junio de 1999). “Terrorismo intelectual” (Patrick Poivre d’Arvor), “populismo criptolepenista” (Franz-Olivier Giesbert) (4)… Sin duda, el terreno estaba minado.

Veinticinco años después, que “el 90% de los medios pertenecen a nueve multimillonarios” suena casi como una obviedad que deploramos poniendo los ojos en blanco. Tenemos algo que ver con ello. El mapa “Médias français, qui possède quoi” (“Medios franceses, qué posee cada uno”) domina desde hace años el palmarés de los artículos más consultados de Le Monde diplomatique. Su primera versión, publicada en 2007 en el bimensual de crítica sobre los medios de comunicación y de investigaciones sociales, Le Plan B, circulaba bajo mano como un objeto vergonzoso. Los dirigentes de prensa apostaban entonces por los códigos deontológicos, los acuerdos accionariales y otras barreras de papel que supuestamente disociaban propiedad y control. La brutal remodelación de I-télé en 2016 por parte de Vincent Bolloré y la transformación de ese canal de noticias a la última en un bastión de extrema derecha bajo el nombre de CNews, la suerte análoga corrida por Le Journal du Dimanche, o la compra y conversión ideológica de Twitter por parte de Elon Musk, han demostrado a los ingenuos que la tesis aborrecida por Laurent Joffrin al final no era tan peregrina. Desde entonces, institutos e instituciones educativas solicitan con regularidad a Le Monde diplomatique autorización (siempre concedida) para reproducir gratuitamente ese mapa que ilumina numerosas salas de profesores.

Sin embargo, su éxito oculta un malentendido. Al plantear de esa forma la cuestión de la propiedad de los grandes medios de comunicación, Le Monde diplomatique proponía un enfoque estructural: la información, servicio colectivo esencial, se produce como una mercancía a bajo coste. Por lo tanto, convendría sustraerla tanto de las censuras del mercado como del Estado socializándola según el modelo de la Seguridad Social (5). Muchos detractores del Monopoly mediático no pretenden cambiar de juego sino solo validar la identidad de los jugadores. Que se puedan vender periódicos como si fueran cacerolas (6) les da igual, con la condición expresa de que los nuevos accionistas sepan comportarse. Bernard Arnault (Le Parisien, Les Échos, Radio Classique): sí. Bolloré (C8, CNews, Europe 1, Le Journal du Dimanche): no. Así, la crítica a la mercantilización de la información suele traducirse en los círculos instruidos en una lucha política contra los medios de comunicación de extrema derecha que, aun en caso de triunfar, dejaría intacta la mecánica existente.

Convertido en un lugar común, el espantajo de los “nueve multimillonarios” permite ignorar aberraciones mediáticas de graves consecuencias que el poder del accionariado no explica en absoluto: la homogeneidad del tratamiento de determinados temas, como el confinamiento sanitario de 2020 o la guerra de Ucrania, observada tanto en la radiotelevisión pública (France Télévisions, France Inter) como en la privada (TF1, RTL), en publicaciones independientes (Mediapart) o en las vinculadas a un grupo industrial (Libération o Le Figaro).

El gran océano electrónico

Radicalización prooccidental de las redacciones, sumersión de la información a base de imágenes y emociones, auge de un periodismo barato impulsado por la automatización, desgaste de la red de distribución... Sin duda, estos factores no favorecen a Le Monde diplomatique. La ola de suscripciones provocada por el confinamiento ha refluido dos años después del inicio de la epidemia; desde principios de este año, nuestras ventas por número disminuyen. En 2023, la difusión total debería caer alrededor de un 8% con respecto al año anterior para situarse en poco más de 160.000 ejemplares mensuales. Dos motivos recurrentes se desprenden de los correos recibidos en la redacción o el servicio de suscripción: el tiempo y el dinero. Si el periódico permanece semanas en la mesa sin que se encuentre el momento de zambullirse en él, ¿para qué comprarlo? Y cuando la inflación erosiona el poder adquisitivo, ¿realmente hay que situar entre las necesidades básicas un mensual con una visión distanciada de las cosas?

Estas dificultades las sufren muchos otros periódicos. En agosto de 2023, las ventas por número de los diarios franceses cayeron un 8,6% respecto al año anterior, mientras que los semanarios acusaban una bajada del 10,4% y los mensuales del 12,1%. La prensa regional también sufre y multiplica los despidos desde enero: 19 puestos eliminados en Sud-Ouest, 45 en Midi Libre, 55 en La Voix du Nord... Esta hemorragia debilita aún más la red de puntos de venta, cuyo número ha pasado, en Francia, de 28.579 en 2011 a 20.232 en 2022. En los últimos dieciocho meses, los centros urbanos de La Voulte-sur-Rhône, Sarrebourg, Lisieux, Teyran o Pont-Sainte-Maxence han perdido a su vendedor de periódicos: liquidaciones judiciales, jubilaciones sin sucesores... ¿Quién querría trabajar 60 horas semanales para ni siquiera poder pagarse un salario?

Estos cierres en cascada alimentan un círculo vicioso por el cual el descenso del número de compradores lleva a la desaparición de puntos de venta, lo que a su vez reduce las probabilidades de encontrarse ante una publicación, de observar su portada, índice, de comprarla, de acostumbrarse a ella. Por lo tanto, los editores apuestan por lo digital y multiplican las ofertas de suscripción a precios rebajados (Libération: 36 euros al año para un diario, oferta subvencionada por Google). Esas tarifas de liquidación les permiten a los suscriptores abrir los enlaces diseminados por las redes sociales y a las grandes plataformas recoger datos: ya no se trata de construir a lo largo de las páginas un discurso organizado en torno a una columna vertebral –una ­intención editorial–, sino de esparcir artículos de actualidad por el gran océano electrónico.

Engalanada con todas las virtudes, esta estrategia corre el riesgo de defraudar a sus partidarios: cansadas de pagar derechos de autor a la prensa y de ser acusadas de exacerbar las divisiones políticas (como tras el asalto del Capitolio en enero de 2021), varias plataformas han modificado sus algoritmos en detrimento de los artículos periodísticos. X (antes Twitter) privilegia a los influencers polémicos; Facebook favorece las publicaciones personales y la vida privada. Los ensayos han demostrado que la empresa de Mark Zuckerberg podría reducir entre un 40% y un 60% el tráfico que aporta a los sitios web de The New York Times o The Wall Street Journal. De ese modo, el tráfico de la página de Facebook de Mother Jones, un mensual estadounidense de izquierda centrado sobre todo en temas políticos y sociales, cayó un 75% en 2022 (7). Le Monde diplomatique no se ha librado de esas trapacerías. Aunque depende poco de las redes sociales, estas atraían muchos nuevos lectores a su sitio web. Cierto, la dramática actualidad internacional los sigue llevando hasta nuestras columnas. Pero, últimamente, más que entusiasmar, esa cuestión suele abrumar.

Por lo tanto, la difusión de Le Monde diplomatique sigue siendo muy insuficiente para popularizar la visión del mundo “no alineado” que mantenemos a contracorriente de la prensa francesa y europea. Nuestro deseo de tomar distancias y poner las cosas en perspectiva va de la mano del deseo de presentar nuestros argumentos de manera artística: un periódico confeccionado a mano, tanto en papel como en línea. Cada columna, título, imagen, es el resultado del trabajo invisible de correctores, maquetadores, documentalistas y grafistas. Profesiones tradicionales que nuestros “compañeros” están automatizando. Precursor en ese ámbito, el grupo alemán Axel Springer, propietario de los diarios de gran tirada Bild y Die Welt, anunciaba el pasado mes de febrero la eliminación de centenares de puestos considerados obsoletos en la era de la inteligencia artificial: “Prescindimos de productos, proyectos y maneras de trabajar que nunca más serán rentables”, explicó la dirección (Challenges, 19 de junio de 2023). Un programa puede corregir la ortografía pero no detecta una cifra incorrecta, un giro ambiguo o un razonamiento incoherente. Para eso hacen falta ojos. En Le Monde diplomatique cada artículo es revisado por dos correctores. Una práctica antaño generalizada y ahora excepcional.

A lo largo de los años, hemos continuado apostando por el papel cuando nuestros compañeros apostaban por la desaparición de ese cómodo soporte, que se había vuelto demasiado caro. Se dice que Le Monde diplomatique sería a la prensa lo que el vinilo a la industria discográfica: una isla donde la vanguardia busca calidad en un mundo saturado de ruido de fondo y señales degradadas. Quizás, pero no pretendemos dejarnos encasillar. Un nueva aplicación, publicada en la edición francesa el 27 de octubre [y que a lo largo de los próximos meses desarrollarán algunas de nuestras ediciones internacionales], al mismo tiempo que este número del mensual, ofrece una lectura sencilla, elegante y cómoda en pantallas.

En unos tiempos en los que los discursos se someten fácilmente a las modas, rumores y polémicas, Le Monde diplomatique cultiva cierta constancia. Así, no cambiamos nuestra línea editorial ni abandonamos ciertas causas por el hecho de que fuerzas que combatimos se las apropien y desnaturalicen. Marine Le Pen y Éric Zemmour critican de buen grado a la Unión Europea y la moneda única, al tiempo que ensalzan las virtudes del proteccionismo; Donald Trump y Viktor Orbán denuncian determinadas intervenciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); la “derecha alternativa” estadounidense dice defender la libertad de expresión contra la censura de los gigantes de Internet... En lugar de abandonar la batalla de ideas con el pretexto de que el terreno está minado, Le Monde ­diplomatique mantiene alto el pabellón y desmonta la hipocresía de los nuevos conversos: la “derecha alternativa” defiende la libre expresión en Internet (para hacer comentarios racistas), pero prohíbe los libros de texto u obras progresistas y excluye de la comisión de Asuntos Exteriores a una diputada demócrata, Ilhan Omar, que se atrevió a defender a los palestinos.

En tiempos de tormenta, no es posible mantener un rumbo libre de ­zozobras. “Rojipardistas”, “conspiranoicos”, “naufragio del periodismo”, “pasquín prorruso”, “enemigos de Occidente”, “amigos del grupo terrorista Hamás”, “periódico que siempre ha defendido el crimen”: las gentilezas florecen en las redes sociales, no siempre alimentadas por nuestros adversarios declarados. Analizar las divisiones de aquellos a quienes una causa común podría unir, tratar de comprender derrotas políticas en lugar de buscar a toda costa una victoria futura, puede suscitar un sentimiento de exasperación, de desaliento entre aquellos que, con demasiada frecuencia, anteponen el deseo de creer a la duda. Es el precio de la lucidez, esa forma de resistencia sin la cual una lucha está condenada de antemano. Por lo demás, ¿qué utilidad tendría un periódico diseñado para halagar las certezas de sus lectores? A veces, escribía Jean-Paul Sartre, hay que “medir la verdad de una idea por el desagrado que nos causa”.

Dar a conocer el “Diplo”

Producir de manera artesanal un periódico internacional: semejante ambición solo es posible con vuestro compromiso y apoyo decididos. Cada vez que nuestra publicación ha pasado por un momento difícil, vuestro entusiasmo nos ha acompañado e inspirado. Volvemos a acudir a vosotros, esta vez para que deis a conocer el “Diplo” al público que aún lo desconoce y que lo animéis a suscribirse. Movilizar a amigos, familiares, compañeros y camaradas: esta campaña de reconquista la dirige conjuntamente la asociación de Amis du Monde diplomatique. ¿Reprograman Facebook, Instagram y X sus robots en detrimento de la prensa? Qué más nos da, puesto que nuestras lectoras y lectores forman la más poderosa de las redes sociales. Vosotros, quizá mejor que nosotros, sabréis describir esta publicación singular. Al hacerlo, oiréis a menudo esta objeción: “Ya no tengo tiempo”. Pero hasta ese recurso escaso, a veces engullido sin provecho alguno por la información en tiempo real y las plataformas (una hora diaria de media entre los trabajadores activos en Francia), se puede recuperar. “Informarse cuesta”, observaba Ignacio Ramonet (8). De acuerdo, pero es la condición para un juicio personal claro y la base de la emancipación colectiva.

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(1) John Simpson, “Why the BBC doesn’t call Hamas ‘terrorists’”, BBC, 11 de octubre de 2023.

(2) Fuente: Reporters sans Frontières y Committee to Protect Journalists.

(3) Véase Gisèle Halimi, “Avec les accusés d’El Halia”, Le Monde diplomatique, agosto de 2020.

(4) Se puede encontrar una divertida compilación de los amables comentarios suscitados por la publicación en 1997 del libro de Serge Halimi Les nouveaux chiens de garde (que, en particular, insiste en el poder de los accionistas) en la nueva edición aumentada publicada en 2022 por Raisons d’Agir.

(5) Véase Pierre Rimbert, “Proyecto para una prensa libre”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2014.

(6) Véase Benoît Bréville, “El multimillonario y los indignados”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2023.

(7) The Wall Street Journal, Nueva York, enero de 2023.

(8) Véase Serge Halimi, “La crisis de la prensa escrita”, e Ignacio Ramonet, “Informarse cuesta”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2012 y noviembre de 1995 respectivamente.

Benoît Bréville y Pierre Rimbert

Benoît Bréville es Director de Le Monde diplomatique.