Una de cada tres personas que viven sin domicilio fijo en París tiene un empleo. Esa estadística impactante mostraba que existe una nueva categoría de personas: los pobres asalariados. El fenómeno, que no es particular de Francia –un trabajador de cada seis aproximadamente recibe un salario bajo en Europa– resulta de un proceso de deterioro iniciado hace más de veinticinco años. Es imposible disociar la propagación de salarios bajos de la evolución en el reparto del valor añadido. Durante las décadas de los sesenta y setenta los salarios representaban cerca de tres cuartas partes del producto interior bruto (PIB) en Europa. Desde la década de los ochenta esa proporción prácticamente no ha dejado de reducirse, hasta caer al 66,2% en 2006. La pérdida equivale, en promedio, a siete puntos del PIB respecto de 1983.
Esa bajada pone en evidencia un verdadero cambio de régimen: hasta la crisis de mediados de los (...)