Las setenta páginas de este libro son magníficas y sorprendentes: las del traductor y prologuista Santiago R. Santerbás, las de la señora Stevenson, Fanny Osbourne y, cómo no, las que contienen unos textos poco conocidos del autor de La isla del tesoro.
Santiago R. Santerbás refiere que hace años, “por debilidad o capricho”, tuvo “la ocurrencia de traducir, sin contrato editorial alguno ni compensación pecuniaria” estas Oraciones siendo él mismo un descreído. Claro que las oraciones pronunciadas por Stevenson (1850-1894) en el vestíbulo de su casa de Vailima (Samoa) “no eran fervorines para mojigatos” sino “declaraciones aconfesionales igualmente válidas para un cristiano, un sintoísta, un pagano polinesio o, si se me apura, un buen ateo”. Pretendían “expresar ciertos deseos primarios del ser humano y manifestar su gratitud y su alegría por el simple hecho de vivir”.
La señora Stevenson publicó estos textos en 1895, un año después de la muerte (...)