A finales de los años ochenta Francia no había ganado tres Campeonatos Mundiales de fútbol como Alemania, no tenía clubes gigantescos como el Real Madrid o el FC Barcelona, el nivel de su primera división (D1) seguía siendo mediocre frente al del Calcio italiano, y la ciudad de París daba pena frente a la decena de clubes de alto nivel con que contaba Londres. En una palabra: el país acusaba un indiscutible retraso.
Sin embargo, París estuvo en la génesis de la Copa del Mundo (Jules Rimet), de la Copa de Clubes de Europa (Gabriel Hanot), del Campeonato Europeo de Naciones (Henry Delaunay), y del Balón de Oro, el más prestigioso premio individual (otorgado por el periódico France Football). Salvo Euro 84, organizado por ella, lo inventó todo pero no ganó nada. Ni siquiera la pasión de su pueblo, ya que no el reconocimiento de los otros países de peso en (...)