Un observador que hubiera abandonado la Tierra en la primavera de 2003 –cuando la “coalición” lanzaba sus tropas sobre Bagdad– y que regresara hoy en día, no podría entender lo que pasa. Por entonces, la diplomacia francesa estaba en su zenit, fundamentalmente en el mundo árabe y musulmán. París parecía decidida a encabezar el malestar anti-estadounidense que movilizaba a la gran mayoría de la opinión pública mundial, incluso en Estados tan diversos como Alemania, El Vaticano, Bélgica, México o Indonesia. El presidente Jacques Chirac podría jactarse entonces de haber evitado, gracias a la posición que adoptó, que la guerra de Irak se transformara en una “guerra de civilizaciones”.
Sin embargo, en la primavera de 2006, el “mundo occidental” parece haber recuperado su unidad. París, Washington y la Unión Europea marchan al unísono en varios temas: presión contra Irán y contra Siria, lucha contra el terrorismo, normalización en Irak, sanciones contra el (...)