La forma actual de la globalización tiene poco que ofrecer a la gran mayoría de los pueblos del sur: beneficiosa para una minoría de personas, exige en contrapartida la pauperización de otras, en particular de las sociedades campesinas, que representan cerca de la mitad de la humanidad. A escala global, la lógica del beneficio implica la progresiva destrucción de las bases naturales de la reproducción de la vida en el planeta. Con la privatización de los servicios públicos, la globalización reduce también los derechos sociales de las clases populares. A la vista de esta realidad, el capitalismo, del que la globalización es la expresión contemporánea, debería ser considerado como un sistema obsoleto.
Sin embargo, la mayoría de los movimientos que luchan contra sus efectos ponen, cada vez menos, en cuestión sus principios fundamentales, lo que hipoteca su capacidad de proponer soluciones alternativas a la vez necesarias y posibles. Estas deberían asociar (...)