La cumbre entre la Unión Europea y Rusia que se realizó el pasado noviembre en Helsinki fue un fracaso anunciado, pero tuvo el mérito de obligar a las partes a redefinir sus relaciones, que habían comenzado a degradarse hacia finales de 2003, cuando se llevó a cabo la ampliación de la Unión con diez nuevos asociados, sin que se hubieran resuelto una serie de problemas que estaban, sin embargo, identificados desde 1999. Los textos de los comunicados comunes, laboriosamente redactados, permitían salvar las apariencias; pero en esta ocasión, aunque la Unión Europea está obsesionada por el miedo de “dejar que Putin la divida”, la causa del fracaso está en su propio seno.
En apenas poco más de un mes, sin que el presidente Vladimir Putin moviera un dedo, los Veinticinco expusieron su división en dos ocasiones: en Lahti (Finlandia), el 20 de octubre, durante una cena con los representantes de Moscú; (...)