Cada vez más ramificadas y urgidas para cooperar entre ellas, las instituciones manipulan volúmenes cada vez más importantes de informaciones digitalizadas. Fluidez y reactividad son sus palabras claves; la producción y el hecho de compartir la información se acrecientan con el desarrollo de estructuras de límites cada vez menos definidos. Considerada como una apuesta de eficacia, la porosidad de las organizaciones hace también que la protección de los datos sea muy ardua.
Las filtraciones recientes revelan varios fenómenos: de incompetencia, cuando sistemas de venta mal asegurados permiten que los piratas consigan los números de las tarjetas bancarias por decenas de miles; de iniciativa, de los “lanzadores de alertas”, como en el caso de los expedientes militares divulgados por Wikileaks. Otros están ligados a la esperanza de una ganancia financiera como cuando, en 2008, un empleado del banco HSBC en Suiza vendió a las administraciones fiscales francesa, española e italiana archivos de (...)