Así que todo era posible. Una masiva intervención financiera del Estado. El olvido de las obligaciones del pacto de estabilidad europeo. La capitulación de los bancos centrales ante la urgencia de una reactivación. Poner en el punto de mira a los paraísos fiscales. Todo era posible porque había que salvar a los bancos.
Sin embargo, durante treinta años, la más mínima idea de una alteración cualquiera de los fundamentos del orden liberal, con el propósito, por ejemplo, de mejorar las condiciones de existencia de la mayoría de la población, ha chocado con el mismo tipo de respuesta: ¿ustedes saben que el muro de Berlín ya cayó?; todo eso es bien arcaico; nuestra ley es la globalización; las cajas están vacías, y los mercados no lo aceptarán.
Y durante treinta años, la “reforma” se ha hecho, pero en el sentido opuesto. El de una revolución conservadora que entregó a las finanzas franjas cada (...)