El ADN se compone de cuatro elementos que se repiten, siempre iguales, como un idioma compuesto por un alfabeto de cuatro letras. Los genes y las palabras de ese idioma pueden cambiar de función –o, si se afina la metáfora, de sentido– si se introducen artificialmente cambios en la secuencia. “CAJA” difiere de “FAJA”, y “¡BAJA!” ya no es funcional si se escribe “¡AJAB!”. La ingeniería genética consiste en cambiar, suprimir, agregar letras (secuencias de ADN) y después observar las cualidades de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM): un tomate más jugoso, una soja que necesita menos agua, un tulipán negro... Y, gracias a las patentes, gozar de una fuente inagotable de ganancias.
La patente no confiere ningún derecho de propiedad pero permite prohibir a los competidores el uso de la secuencia de ADN que produce la modificación buscada. Se autoriza una patente a condición de que esas secuencias reúnan las tres (...)