Ya lo hemos escrito varias veces en estas columnas: la crisis actual no es sólo financiera. Es sistémica, en la medida en que lleva al paroxismo, a escala planetaria, las contradicciones de lo que se ha dado en llamar la globalización liberal entre, por un lado, el factor humano y el factor ecológico y, por otro, la lógica predadora y suicida del capitalismo en su fase neoliberal.
Esta fase, inaugurada hace unos treinta años, no sólo se impuso por la dinámica propia del capital y de las empresas multinacionales, y de su frenética búsqueda del lucro. Ha contado con el apoyo complaciente (y a veces entusiasta) de los poderes políticos. Son ellos, y sólo ellos, quienes tenían los medios institucionales para liberar las finanzas de todas las presiones que aún pesaban sobre ellas. De tal modo que, en Estados Unidos y bajo la presidencia de Bill Clinton, en 1999 se abolió (...)