En los laboratorios de la Universidad de Aberystwyth, en Gales, hay un científico que trabaja ad honorem las 24 horas del día, los 365 días del año, y no se queja. Lleva a cabo toda clase de experimentos con una precisión envidiable, comprueba hipótesis tras hipótesis y realiza descubrimientos sin siquiera ir al baño.
Su nombre es Adán y, salvo por el hecho de que no tiene ni pies ni cabeza, su hipereficiencia pasaría desapercibida si no fuera por un minúsculo detalle: Adán no es humano. Es, más bien, un ser artificial, un conjunto de tuercas, metal, plástico y software bien ensamblado y engrasado, socialmente conocido con el genérico nombre de “robot”.
A su creador, Ross King, del Consejo de Investigación Biotecnológica y Biológica del Reino Unido, no lo intimida esta “cosa” con tres brazos; este objeto que maneja cámaras, sensores, centrifugadoras y pipetas; este prototipo, la primera máquina en la historia (...)