Envuelta en sus velos, la prometida avanza. Su busto se balancea al ritmo de la marcha, como un gran lirio blanco blandido delante de ellos por todas esas personas en negro, su familia. Bajo un cielo candente, el cortejo es el único movimiento visible en la inmensidad de los montes de Aspromonte. En el camino empedrado, única vía de comunicación entre los pueblos, la muy joven virgen camina con paso firme y decidido, como si no estuviera detrás de ella la parentela con sus vientres hundidos, sus estrategias de alianza, sus esperanzas de días mejores; como si ella fuera por su propia voluntad hacia su destino de esposa de un hombre viejo pero rico. Como si ella fuera libre.
El cortejo se aproxima al puente bajo el cual a trescientos metros se precipita un torrente para volverse, en las proximidades del mar una fiumara, un cauce seco del sur italiano. De (...)