A los dirigentes políticos les gusta invocar la “complejidad” del mundo para evidenciar que sería una locura querer transformarlo. Pero, en ciertas circunstancias, todo se vuelve muy simple. Por ejemplo, después del 11 de septiembre de 2001, el ex presidente George W. Bush ordenó elegir entre “nosotros y los terroristas”. En Túnez la elección estaba entre un dictador amigo y “un régimen de tipo talibán en el norte de África”. Este tipo de alternativa reafirma a los protagonistas: el dictador se proclama como la única muralla contra los islamistas; y los islamistas, los únicos enemigos del dictador.
Pero el ballet se descompone cuando un movimiento social o democrático hace surgir actores descartados por una coreografía inaccesible por toda la eternidad. Entonces, el poder, acorralado, ausculta la menor traza de “maquinación subversiva” en la protesta popular. Si existe, la aprovecha; en caso contrario, la inventa.
Así ocurrió el pasado 13 de enero, víspera (...)