Había que tener un espíritu de niño, o bien el gusto por lo maravilloso, para tomar en serio la postura marcial de las autoridades estadounidenses al afrontar la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, postura que a la historia no le tomó más de dos días convertirla en un gesto de desesperación. El hecho de negarse a socorrer a ese banco de inversión en peligro era una apuesta puntual extraordinariamente azarosa y, para decirlo de una vez, insostenible, si lo que se esperaba era que marcara un cambio estratégico.
Es cierto que en los acontecimientos actuales hay elementos como para desorientar y que la sucesión cada vez más rápida de situaciones críticas, cada una percibida en tiempo real como un “pico” de la crisis, para ser inmediatamente borrado por otro todavía más grave y todavía más espectacular, es como para hundir a los reguladores en abismos de angustia y desorientación.
Los (...)