La “literatura” es (relativamente) joven. Durante mucho tiempo, esta solo fue concebida como una prolongación de la retórica, es decir, de un conjunto de reglas y técnicas que constituyen el arte de hablar bien: la elocuencia. Se trataba de dar a conocer sus metas (convencer, agradar, emocionar…) y las categorías con las que lograrlas: el arte de encontrar los argumentos (invención) y de distribuirlos (disposición), de emplear las palabras justas (elocución), de pronunciarlas y escenificarlas (acción) y, con este fin, de retenerlas (memoria). Era una herencia de los romanos (de Cicéron, en particular), cuyos alegatos y discursos fueron modelos duraderos, enseñados, por ejemplo, en los colegios jesuitas. Las obras del siglo XVII llevan su marcada impronta.
La “literatura” se reafirmará entrando en conflicto con este modelo ancestral. Cuando, en 1800, Germaine de Staël publica con rotundo éxito su ensayo significativamente titulado De la littérature (La literatura y su relación con la (...)