El 17 de abril de 2016 la radio daba la noticia de que un hombre joven afectado por el síndrome de Diógenes había muerto rodeado de basura y en la más absoluta soledad sin que nadie lo echara de menos... excepto sus 1.500 amigos de Facebook.
Las relaciones virtuales habían permitido a un afectado por una patología grave, incapacitado para el intercambio directo con otros seres humanos, construirse una identidad “normal” que incluso le hacía muy popular en las redes sociales.
Cada vez más personas atienden antes a los reclamos de su móvil que a la percepción de su entorno real: ese mecanismo de incapacitación social y de aislamiento sensorial que son las aplicaciones diseñadas por los gigantes que monopolizan tanto Internet como los medios convencionales, fracciona los intereses de los ciudadanos y los aturde con multitud de distracciones banales. Además, los disecciona a través de procedimientos estandarizados de control masivo a (...)